lunes, 6 de febrero de 2023

La fuente de bellotas

 

 

Como todas las mañanas desde aquel día, me levanté con ganas de no existir; tenía varios días sin comer bien y sin bañarme, todo me parecía absurdo e inútil. Los días me parecían grises y aburridos, monótonos y pesados… Me encontraba cansado de estár cansado, de sentirme un montón de nada y de respirar. Caminé hacia el baño, prendí esa lamparita diminuta, amarilla y que iluminaba solo si se estaba debajo de ella, me saco la ropa y pongo a llenar la bañera, estoy parado al lado desnudo y la veo como se llena, hipnotizado por el constante sonido del agua caer, en el piso hay una carta que llego ayer y no quise abrir, dice su nombre y tiene su perfume. No quiero leerla, no quiero seguir sufriendo.

El agua esta tibia, me duelen los huesos y necesito relajarme.

Pasan las horas y el agua se puso fría, tengo que salir, vestirme y buscar algo para comer, estoy muy flaco y los constantes retos de mis familiares me hartan. Vivo alejado de todos, mi casa es casi inaccesible cuando llueve y cuando anochece la oscuridad la engulle como un lobo engulle un conejo blanco. El viento azota mi casa que se encuentra en una elevación, su figura se recorta del fondo poco arbolado, y los ruidos lejanos de autos son arrastrados hasta mis oídos por las ráfagas violentas de aire. Me siento enfermo, me siento frágil y débil, y los recuerdos me persiguen y me empujan a caminar esas leguas hacia la arboleda por la cual paseábamos, esa arboleda perdida en el medio de la nada, junto al arroyo.

Un camino de tierra me llevaba a ese “montecito” que se encontraba entre extensos sembradíos de soja, en pleno verano sentía un frío que me calaba hasta los huesos, lo que me obligó a llevarme una campera gruesa, el viento seguía castigando y el polvo lo cubría todo, las moscas revoloteaban cazando arañas, devorando cadáveres y arruinando la siembra, detesté siempre el verano. El recorrido era largo y bastante tortuoso, aunque yo sabía que el destino era hermoso, un gran árbol en el centro regaba de bellotas el suelo, generosa sombra y un bello paisaje. Mientras recorría el sendero, iba pensando en esos días felices, en las charlas y risas, en las miradas cómplices y los silencios que nos acompañaban, la música de los pájaros y sobre todo recuerdo tu boca, besándome y prometiendo que siempre ibas a estár conmigo, esos paseos donde hablábamos de lo mucho que te gustaban las pinturas negras de Goya y el miedo incomprensible que te generaban, yo sonreía y te abrazaba, guardando para mí cada segundo con vos. El  verde vibrante, el cielo luminoso y claro eran nuestros testigos, los testigos de un tiempo pasado, ¿dónde han quedado? ¿dónde se nos fueron?, todo cambió, por esas peleas, ese malestar, las miradas de odio y el desamor, tus gritos y esa constante duda mezclada con un miedo oscuro. Vuelvo a esta realidad, a este hoy solitario, sigo caminando y un gato gris sentado al costado derecho del sendero se me cruza en frente, curioso lugar para un animal tan bien cuidado, recorro 50 metros y el mismo gato, sentado del lado derecho del camino vuelve a cruzar frente a mi, “curioso dejavú”, me dije. Seguí adelante y a los 50 metros nuevamente veo al gato, cruzar de derecha a izquierda frente mío, no hago caso, mis ganas de llegar a esa arboleda era más fuerte; 50 metros más adelante el gato realizando el mismo acto… esto se repitió unas 5 veces más, pero no me importó. Sabía que la recompensa era mayor.

Después de mucho caminar, llego a ese lugar de ensueño, los arboles negros formaban una cúpula con sus ramas peladas que parecían dedos largos y deformes, el claro que se formaba alrededor de ese roble añoso, el pasto tenía un verde pastel enfermizo, el cielo estaba nublado y el sol débil daba una pobre iluminación, casi como la de la lámpara de mi baño. Comencé a juntar esa bellotas que regaban el suelo, y a medida que lo hacía me iba sintiendo mejor, mis oscuros recuerdos fueron cambiando nuevamente por memorias felices, a medida que llenaba mis bolsillos la sonrisa volvía a mi rostro. Me volvía a sentir acompañado, volvía a sentirme con fuerzas, pero mis ojos se clavaron en una vertiente, en donde las bellotas surgían, ¿era una fuente de bellotas?, me acerque y empecé a juntarlas y a medida que más sacaba más salían, la excitación por semejante hallazgo era bestial. ¿Cómo nadie había descubierto este manantial? Mis manos llenas hinchaban más y más mis bolsillos, que parecían no tener fondo. En un momento dado, levanto la mirada, no quería que nadie me arrebate mi tesoro, y veo que un ser se encontraba a 20 metros de mi, un lobo. ¿un lobo?, que estúpido, creo que mi estado febril me está jugando malas pasadas, pero… ese lobo no se va, ese lobo extraño irradia un tenue luz verde, y su boca me amenaza con sus miles de dientes, tengo terror y siento mi ropa empapada de sudor, pero tengo frío. Empiezo a gritarle, a hacer movimientos con los brazos, busco algo para usar de arma pero no hay nada, solo bellotas. ¿Qué hago? No, me queda otra y con todo el dolor del mundo hago de mis frutos preciosos un arma y se los tiro cual piedras, no quiero hacerlo pero no tengo más remedio, mientras camino de espaldas sin perderlo de vista sigo arrojándole mis bellotas, mis frutos. El animal, recibe los golpes, pero sigue avanzando y yo desesperado por mi perdida retomo valor y mis gritos y mi violencia es mayor, no retrocedo más y ahora soy yo quien avanza, la bestia se desconcierta y ve con sus ojos negros profundos que no estoy dispuesto a ceder. Golpe tras golpe voy ganando terreno, es una lucha que lleva horas, no voy a perder.

Tengo éxito, espanto al animal, que huye pero no se pierde de mi vista, la victoria recorre mi cuerpo siento que soy un superhéroe; con desespero comienzo a recoger mis joyas, yo las encontré, yo las gané. Mis bolsillos vuelven a estár llenos, pero la escena se vuelve dantesca, de la espesura de los arboles negros aparece un oso polar, ¡MIERDA!, ¿por qué quieren arrebatarme mi trofeo?, el oso en una pelea feroz con el lobo logra matarlo destrozando su cuerpo y llenando su pelaje blanco de una sangre tan roja, tan abundante que puedo sentir el dolor del perdedor. El vencedor, se fija en mi, a lo lejos me a divisado y yo sé que esta vez mis posibilidades son nulas. Pero no puedo parar ahora, no puedo dejar de juntar bellotas, mis manos me duelen, el frío me recorre el cuerpo, está cada vez más cerca, ¿Qué hago?

Me paro y empiezo a correr, el “bosquecito” se ha vuelto gigante y monótono, el oso cada vez está más cerca, mi carga empieza a pasar factura y mis fuerzas me abandonan cada vez más. Frente a mi veo el tronco de un árbol quemado, donde otro árbol seco recuesta sus ramas, formando un arco grotesco, debo escalarlo, debo ponerme a salvo. El tronco es áspero y las astillas se me clavan en el cuerpo, mi ropa se mancha de negro, el oso arremete contra el tronco, quiere mi vida, está furioso, seguro que quiere lo que yo tengo. Grito, pido auxilio, el silencio es la respuesta, libero una mano y otra vez con angustia le empiezo a arrojar el contenido de mis bolsillos. DEJAME EN PAZ, le digo una y otra vez, a medida que mis bolsillos van perdiendo su hermoso contenido. Aterrado veo como el animal empieza a saltar, rasga mis piernas el dolor es punzante y frío como una navaja. Lloro y cierro los ojos. Durante horas abrazo el árbol hasta que todo se calma, el peligro desaparece como por arte de magia y vuelvo a estár sólo, desde la cúspide veo que no hay nada; desciendo con torpeza, ya en el suelo elevo la mirada, el cielo está igual, como si no ha pasado el tiempo, la misma iluminación, la misma cúpula de ramas negras semejantes a dedos. Nada ha cambiado.

Hay sangre del lobo en todos  lados, manchando mi botín, necesito ir por más, no sé dónde estoy ni a que distancia de la bendita fuente. Puedo diferenciar la copa del roble, imponente que sobresale del resto de vegetación autóctona, mis manos tiemblan y el frío se ha vuelto más crudo, que verano de mierda… estoy lejos pero no me detengo. El silencio se convierte en sollozos de mujer, ¿ahora y en este lugar?, recorro con los ojos y no la encuentro, el lamento se vuelve cada vez más fuerte y parece seguirme, camino en varias direcciones y aumenta.  El cielo no cambia, ¿serán las nubes?, ¿será el bosque? o ¿seré yo?, el zumbido de ese sollozo se vuelve tedioso, mi búsqueda parece infructífera hasta que la veo, una mujer, que está sentada de espaladas hacia mi, se mece mientras emite ese sonido irritante, miro para todos lados, no hay nadie más, mi árbol sigue distante pero visible, le hablo, tartamudeo, siento que mi lengua empieza a fallar por el cansancio, ¡SEÑORA, SEÑORA!, ella no responde tiene el un vestido amarillo simple, está sucio y su pelo todo revuelto, no deja de lamentarse, y yo como puedo le vuelvo a hablar. Tengo la sensación que el aire en mis pulmones se vuelve espeso, difícil de respirar.

Lenta, muy lentamente la mujer se da vuelta al mismo tiempo en que se pone de pie. Sin dejar de llorar me grita cosas que no entiendo, tiene los ojos inyectados de odio, mientras me grita escupe y con los pies golpea el piso, en sus brazos tiene al que no diviso que es, le digo que no entiendo que me dice, le pido disculpas por molestarla y trato de irme, la vegetación rasguña mi abrigo, no quiero perder de vista el roble. Dejo el camino y trato de rodearlo, no quiero cruzarme con ella. Sus gritos me persiguen y ella también. Le digo que me deje en paz, y empiezo a correr, ¿dios, dónde estoy? Tengo la impresión que me sitúo en un espiral que va descendiendo y que no me va a dejar, entre la maleza veo una casona antigua, oscura y en ruinas, mi perseguidora no pierde mi rastro, solo quiero mis bellotas e irme de este lugar. Mi plan es perderla dando vueltas a la casona, seguro que puedo ser más veloz que ella, como en una patética caricatura el plan termina siendo un desastre y lo único que se me ocurre es subir una escalera lateral, sé que esa es la peor idea pero no tengo escapatoria. A mitad del ascenso me detengo yvolteo, ella está al pie, sudorosa y sucia, me habla y esta vez la entiendo, NO TE ESCAPES MÁS, HACETE CARGO, ES NUESTRO, NO TE ESCAPES. Le respondo que no sé de qué habla, que no la conozco, que me deje tranquilo.

Me repite una y otra vez lo mismo y yo le respondo una y otra vez. En el momento en que comienza a subir la escalera retomo mi ascenso, llego a la terraza y corro hacia la cornisa opuesta, ella trabajosamente termina de subir y se queda parada, ¿NO TE DAS CUENTA? ES NUESTRO, HACETE CARGO; y mostrando lo que lleva entre los brazos, deja caer unos huesos pequeños.

NO SÉ QUIEN ES USTED, le digo. SOLO TENGO BELLOTAS, ¿LAS QUIERE?. Se las arrojo, vacío mis bolsillos profundos y desesperadamente le arrojo todas las que tengo. Ella se ríe, da la vuelta y se tira al vacío. No sé cuánto tiempo me tomó juntar valor para acercarme y ver a donde había caído, cuando lo hice, temblando como un crio, no encontré nada. No había cuerpo, no había huesos, no había nada. DIOS, ME QUIERO IR. ¿Cuánto más voy a estár en este lugar?, bajo las escaleras a los tumbos y me doy cuenta que el manantial se encuentra lejos, muy lejos y que en mi abrigo quedan algunas pocas bellotas. No quiero estár más acá, tengo que decidir para donde caminar, el aire se espesa aún más a cada paso y cada paso se vuelve una tortura y me ahogo me canso y me derrumbo, ¿Dónde voy? El cielo no cambia, igual de gris que siempre, indiferente, y el pasto con su verde pastel… Atrás quedo el lobo y su luminiscencia, atrás quedó el oso blanco manchado de rojo, camino por horas, atrás quedó la mujer y su vestido amarillo sucio. No llueve, no hay sol, no hay ruidos, solo yo caminando por un sendero de tierra.

Cierro los ojos, y un maullido me sorprende. El gato gris y bien cuidado, se atraviesa en mi camino, de izquierda a derecha. Impulsado por una nueva esperanza comienzo a correr, a los 50 metros veo el gato, cruzando de izquierda a derecha, corro con todas mis fuerzas y la misma imagen se repite una y otra vez, lloro pero no dejo de correr. Pienso que si evito que el gato me cruce y lo espanto voy a salir de este maldito lugar, me saco la campera, y antes que el felino se atraviese en mi camino lo espanto, el animal asustado salta fuera del camino alejándose unos metros, sigo corriendo sabiendo que es lo que me espera, el maldito gato apartado del camino, lo paso sigo adelante, en la próxima lo alejo más, pienso. Cuando lo diviso, salgo del camino le tiro mi abrigo, el animal salta hacia la maleza, corro lo más veloz que puedo. Ya no lo veo, sonrió, creo que gane, pero el camino sigue siendo eterno, donde el gato saltó ahora hay una rata, no me detengo más adelante hay dos ratas, tres, cuatro. Ya no sé qué hacer, paro, los pulmones me arden, los músculos me arden, mi abrigo está ahí donde lo tire hace más de 500 metros atrás, a 5 metros de donde estoy ahora. Agotado y creyendo que esto no va terminar más, retomo la caminata, vuelvo a pasar por enfrente de  las ratas, una vez, dos veces, y en cada pasada las ratas disminuyen su número, cierro los ojos otra vez… me rindo.

Abro los ojos y estoy tumbado en mi bañera, el agua esta helada, la luz de la lámpara que apenas alumbra titila. Trato de reincorporarme pero estoy muy cansado, estas pesadillas de mierda me tienen cansado, saco mi brazo del agua y en mi muñeca hay sangre, el agua está teñida de rojo pero eso no me despabila de esta modorra, volteo mi cabeza hacia el piso y veo que la carta está fuera del sobre, la agarro con mucho esfuerzo; es tu letra, tiene tu perfume. Encabeza con un “MI AMOR”, trato de leerla, pero me falla la vista; me veo la otra muñeca y el corte que tiene es tan profundo como el de su hermana. En esas líneas, dicen cosas hermosas, recuerdos de los paseos y de las tardes, de los árboles y de cuánto me amas, de cuanto te duele haberme dejado y cuanto me extrañas… lindas palabras que adornás con dibujos de gatitos y bellotas.