Como todas las mañanas desde aquel día, me levanté con ganas de no existir; tenía varios días sin comer bien y sin bañarme, todo me parecía absurdo e inútil. Los días me parecían grises y aburridos, monótonos y pesados… Me encontraba cansado de estár cansado, de sentirme un montón de nada y de respirar. Caminé hacia el baño, prendí esa lamparita diminuta, amarilla y que iluminaba solo si se estaba debajo de ella, me saco la ropa y pongo a llenar la bañera, estoy parado al lado desnudo y la veo como se llena, hipnotizado por el constante sonido del agua caer, en el piso hay una carta que llego ayer y no quise abrir, dice su nombre y tiene su perfume. No quiero leerla, no quiero seguir sufriendo.
El agua
esta tibia, me duelen los huesos y necesito relajarme.
Pasan las
horas y el agua se puso fría, tengo que salir, vestirme y buscar algo para
comer, estoy muy flaco y los constantes retos de mis familiares me hartan. Vivo
alejado de todos, mi casa es casi inaccesible cuando llueve y cuando anochece
la oscuridad la engulle como un lobo engulle un conejo blanco. El viento azota
mi casa que se encuentra en una elevación, su figura se recorta del fondo poco
arbolado, y los ruidos lejanos de autos son arrastrados hasta mis oídos por las
ráfagas violentas de aire. Me siento enfermo, me siento frágil y débil, y los
recuerdos me persiguen y me empujan a caminar esas leguas hacia la arboleda por
la cual paseábamos, esa arboleda perdida en el medio de la nada, junto al
arroyo.
Un camino
de tierra me llevaba a ese “montecito” que se encontraba entre extensos
sembradíos de soja, en pleno verano sentía un frío que me calaba hasta los
huesos, lo que me obligó a llevarme una campera gruesa, el viento seguía
castigando y el polvo lo cubría todo, las moscas revoloteaban cazando arañas,
devorando cadáveres y arruinando la siembra, detesté siempre el verano. El
recorrido era largo y bastante tortuoso, aunque yo sabía que el destino era
hermoso, un gran árbol en el centro regaba de bellotas el suelo, generosa
sombra y un bello paisaje. Mientras recorría el sendero, iba pensando en esos
días felices, en las charlas y risas, en las miradas cómplices y los silencios
que nos acompañaban, la música de los pájaros y sobre todo recuerdo tu boca,
besándome y prometiendo que siempre ibas a estár conmigo, esos paseos donde
hablábamos de lo mucho que te gustaban las pinturas negras de Goya y el miedo
incomprensible que te generaban, yo sonreía y te abrazaba, guardando para mí
cada segundo con vos. El verde vibrante,
el cielo luminoso y claro eran nuestros testigos, los testigos de un tiempo
pasado, ¿dónde han quedado? ¿dónde se nos fueron?, todo cambió, por esas
peleas, ese malestar, las miradas de odio y el desamor, tus gritos y esa
constante duda mezclada con un miedo oscuro. Vuelvo a esta realidad, a este hoy
solitario, sigo caminando y un gato gris sentado al costado derecho del sendero
se me cruza en frente, curioso lugar para un animal tan bien cuidado, recorro
Después de
mucho caminar, llego a ese lugar de ensueño, los arboles negros formaban una
cúpula con sus ramas peladas que parecían dedos largos y deformes, el claro que
se formaba alrededor de ese roble añoso, el pasto tenía un verde pastel
enfermizo, el cielo estaba nublado y el sol débil daba una pobre iluminación,
casi como la de la lámpara de mi baño. Comencé a juntar esa bellotas que
regaban el suelo, y a medida que lo hacía me iba sintiendo mejor, mis oscuros
recuerdos fueron cambiando nuevamente por memorias felices, a medida que
llenaba mis bolsillos la sonrisa volvía a mi rostro. Me volvía a sentir acompañado,
volvía a sentirme con fuerzas, pero mis ojos se clavaron en una vertiente, en
donde las bellotas surgían, ¿era una fuente de bellotas?, me acerque y empecé a
juntarlas y a medida que más sacaba más salían, la excitación por semejante
hallazgo era bestial. ¿Cómo nadie había descubierto este manantial? Mis manos
llenas hinchaban más y más mis bolsillos, que parecían no tener fondo. En un
momento dado, levanto la mirada, no quería que nadie me arrebate mi tesoro, y
veo que un ser se encontraba a 20 metros de mi, un lobo. ¿un lobo?, que
estúpido, creo que mi estado febril me está jugando malas pasadas, pero… ese
lobo no se va, ese lobo extraño irradia un tenue luz verde, y su boca me
amenaza con sus miles de dientes, tengo terror y siento mi ropa empapada de
sudor, pero tengo frío. Empiezo a gritarle, a hacer movimientos con los brazos,
busco algo para usar de arma pero no hay nada, solo bellotas. ¿Qué hago? No, me
queda otra y con todo el dolor del mundo hago de mis frutos preciosos un arma y
se los tiro cual piedras, no quiero hacerlo pero no tengo más remedio, mientras
camino de espaldas sin perderlo de vista sigo arrojándole mis bellotas, mis
frutos. El animal, recibe los golpes, pero sigue avanzando y yo desesperado por
mi perdida retomo valor y mis gritos y mi violencia es mayor, no retrocedo más
y ahora soy yo quien avanza, la bestia se desconcierta y ve con sus ojos negros
profundos que no estoy dispuesto a ceder. Golpe tras golpe voy ganando terreno,
es una lucha que lleva horas, no voy a perder.
Tengo
éxito, espanto al animal, que huye pero no se pierde de mi vista, la victoria
recorre mi cuerpo siento que soy un superhéroe; con desespero comienzo a
recoger mis joyas, yo las encontré, yo las gané. Mis bolsillos vuelven a estár
llenos, pero la escena se vuelve dantesca, de la espesura de los arboles negros
aparece un oso polar, ¡MIERDA!, ¿por qué quieren arrebatarme mi trofeo?, el oso
en una pelea feroz con el lobo logra matarlo destrozando su cuerpo y llenando
su pelaje blanco de una sangre tan roja, tan abundante que puedo sentir el
dolor del perdedor. El vencedor, se fija en mi, a lo lejos me a divisado y yo
sé que esta vez mis posibilidades son nulas. Pero no puedo parar ahora, no
puedo dejar de juntar bellotas, mis manos me duelen, el frío me recorre el
cuerpo, está cada vez más cerca, ¿Qué hago?
Me paro y empiezo
a correr, el “bosquecito” se ha vuelto gigante y monótono, el oso cada vez está
más cerca, mi carga empieza a pasar factura y mis fuerzas me abandonan cada vez
más. Frente a mi veo el tronco de un árbol quemado, donde otro árbol seco
recuesta sus ramas, formando un arco grotesco, debo escalarlo, debo ponerme a
salvo. El tronco es áspero y las astillas se me clavan en el cuerpo, mi ropa se
mancha de negro, el oso arremete contra el tronco, quiere mi vida, está
furioso, seguro que quiere lo que yo tengo. Grito, pido auxilio, el silencio es
la respuesta, libero una mano y otra vez con angustia le empiezo a arrojar el
contenido de mis bolsillos. DEJAME EN PAZ, le digo una y otra vez, a medida que
mis bolsillos van perdiendo su hermoso contenido. Aterrado veo como el animal empieza
a saltar, rasga mis piernas el dolor es punzante y frío como una navaja. Lloro
y cierro los ojos. Durante horas abrazo el árbol hasta que todo se calma, el
peligro desaparece como por arte de magia y vuelvo a estár sólo, desde la cúspide
veo que no hay nada; desciendo con torpeza, ya en el suelo elevo la mirada, el
cielo está igual, como si no ha pasado el tiempo, la misma iluminación, la
misma cúpula de ramas negras semejantes a dedos. Nada ha cambiado.
Hay sangre
del lobo en todos lados, manchando mi botín,
necesito ir por más, no sé dónde estoy ni a que distancia de la bendita fuente.
Puedo diferenciar la copa del roble, imponente que sobresale del resto de
vegetación autóctona, mis manos tiemblan y el frío se ha vuelto más crudo, que
verano de mierda… estoy lejos pero no me detengo. El silencio se convierte en
sollozos de mujer, ¿ahora y en este lugar?, recorro con los ojos y no la
encuentro, el lamento se vuelve cada vez más fuerte y parece seguirme, camino
en varias direcciones y aumenta. El
cielo no cambia, ¿serán las nubes?, ¿será el bosque? o ¿seré yo?, el zumbido de
ese sollozo se vuelve tedioso, mi búsqueda parece infructífera hasta que la
veo, una mujer, que está sentada de espaladas hacia mi, se mece mientras emite
ese sonido irritante, miro para todos lados, no hay nadie más, mi árbol sigue
distante pero visible, le hablo, tartamudeo, siento que mi lengua empieza a
fallar por el cansancio, ¡SEÑORA, SEÑORA!, ella no responde tiene el un vestido
amarillo simple, está sucio y su pelo todo revuelto, no deja de lamentarse, y
yo como puedo le vuelvo a hablar. Tengo la sensación que el aire en mis
pulmones se vuelve espeso, difícil de respirar.
Lenta, muy
lentamente la mujer se da vuelta al mismo tiempo en que se pone de pie. Sin
dejar de llorar me grita cosas que no entiendo, tiene los ojos inyectados de
odio, mientras me grita escupe y con los pies golpea el piso, en sus brazos
tiene al que no diviso que es, le digo que no entiendo que me dice, le pido
disculpas por molestarla y trato de irme, la vegetación rasguña mi abrigo, no quiero
perder de vista el roble. Dejo el camino y trato de rodearlo, no quiero cruzarme
con ella. Sus gritos me persiguen y ella también. Le digo que me deje en paz, y
empiezo a correr, ¿dios, dónde estoy? Tengo la impresión que me sitúo en un
espiral que va descendiendo y que no me va a dejar, entre la maleza veo una
casona antigua, oscura y en ruinas, mi perseguidora no pierde mi rastro, solo
quiero mis bellotas e irme de este lugar. Mi plan es perderla dando vueltas a
la casona, seguro que puedo ser más veloz que ella, como en una patética
caricatura el plan termina siendo un desastre y lo único que se me ocurre es
subir una escalera lateral, sé que esa es la peor idea pero no tengo
escapatoria. A mitad del ascenso me detengo yvolteo, ella está al pie, sudorosa
y sucia, me habla y esta vez la entiendo, NO TE ESCAPES MÁS, HACETE CARGO, ES
NUESTRO, NO TE ESCAPES. Le respondo que no sé de qué habla, que no la conozco,
que me deje tranquilo.
Me repite
una y otra vez lo mismo y yo le respondo una y otra vez. En el momento en que
comienza a subir la escalera retomo mi ascenso, llego a la terraza y corro
hacia la cornisa opuesta, ella trabajosamente termina de subir y se queda
parada, ¿NO TE DAS CUENTA? ES NUESTRO, HACETE CARGO; y mostrando lo que lleva
entre los brazos, deja caer unos huesos pequeños.
NO SÉ QUIEN
ES USTED, le digo. SOLO TENGO BELLOTAS, ¿LAS QUIERE?. Se las arrojo, vacío mis
bolsillos profundos y desesperadamente le arrojo todas las que tengo. Ella se ríe,
da la vuelta y se tira al vacío. No sé cuánto tiempo me tomó juntar valor para
acercarme y ver a donde había caído, cuando lo hice, temblando como un crio, no
encontré nada. No había cuerpo, no había huesos, no había nada. DIOS, ME QUIERO
IR. ¿Cuánto más voy a estár en este lugar?, bajo las escaleras a los tumbos y
me doy cuenta que el manantial se encuentra lejos, muy lejos y que en mi abrigo
quedan algunas pocas bellotas. No quiero estár más acá, tengo que decidir para
donde caminar, el aire se espesa aún más a cada paso y cada paso se vuelve una
tortura y me ahogo me canso y me derrumbo, ¿Dónde voy? El cielo no cambia,
igual de gris que siempre, indiferente, y el pasto con su verde pastel… Atrás
quedo el lobo y su luminiscencia, atrás quedó el oso blanco manchado de rojo,
camino por horas, atrás quedó la mujer y su vestido amarillo sucio. No llueve,
no hay sol, no hay ruidos, solo yo caminando por un sendero de tierra.
Cierro los
ojos, y un maullido me sorprende. El gato gris y bien cuidado, se atraviesa en
mi camino, de izquierda a derecha. Impulsado por una nueva esperanza comienzo a
correr, a los 50 metros veo el gato, cruzando de izquierda a derecha, corro con
todas mis fuerzas y la misma imagen se repite una y otra vez, lloro pero no
dejo de correr. Pienso que si evito que el gato me cruce y lo espanto voy a
salir de este maldito lugar, me saco la campera, y antes que el felino se
atraviese en mi camino lo espanto, el animal asustado salta fuera del camino
alejándose unos metros, sigo corriendo sabiendo que es lo que me espera, el
maldito gato apartado del camino, lo paso sigo adelante, en la próxima lo alejo
más, pienso. Cuando lo diviso, salgo del camino le tiro mi abrigo, el animal
salta hacia la maleza, corro lo más veloz que puedo. Ya no lo veo, sonrió, creo
que gane, pero el camino sigue siendo eterno, donde el gato saltó ahora hay una
rata, no me detengo más adelante hay dos ratas, tres, cuatro. Ya no sé qué
hacer, paro, los pulmones me arden, los músculos me arden, mi abrigo está ahí
donde lo tire hace más de 500 metros atrás, a 5 metros de donde estoy ahora. Agotado
y creyendo que esto no va terminar más, retomo la caminata, vuelvo a pasar por
enfrente de las ratas, una vez, dos
veces, y en cada pasada las ratas disminuyen su número, cierro los ojos otra
vez… me rindo.
Abro los
ojos y estoy tumbado en mi bañera, el agua esta helada, la luz de la lámpara
que apenas alumbra titila. Trato de reincorporarme pero estoy muy cansado,
estas pesadillas de mierda me tienen cansado, saco mi brazo del agua y en mi
muñeca hay sangre, el agua está teñida de rojo pero eso no me despabila de esta
modorra, volteo mi cabeza hacia el piso y veo que la carta está fuera del sobre,
la agarro con mucho esfuerzo; es tu letra, tiene tu perfume. Encabeza con un
“MI AMOR”, trato de leerla, pero me falla la vista; me veo la otra muñeca y el
corte que tiene es tan profundo como el de su hermana. En esas líneas, dicen
cosas hermosas, recuerdos de los paseos y de las tardes, de los árboles y de
cuánto me amas, de cuanto te duele haberme dejado y cuanto me extrañas… lindas
palabras que adornás con dibujos de gatitos y bellotas.