martes, 14 de marzo de 2017

La bestia

   Mis manos transpiran otra vez, el acero frío de la reja de mis ojos, las enloquece. Mi cabeza se ha transformado, mis intestinos son ahora cadenas que atan mi alma. Triste veo desde dentro de mí  a las personas andar; al pobre sufrir y al rico robar…
   Agarro mi arma y salgo a matar, inconsciente, embroncado, sediento, hambriento! El sol azota con odio la tierra, nos está cocinando de a poco, lento y dolorosamente. Trabo mi mandíbula y afilo mis dientes, el cemento es selva, salvaje gris, salvaje asesinato…
   Velozmente me deslizo por las alcantarillas de esta ciudad; cae la noche y no estamos para cuentos, estamos para la acción!!! Una, dos, tres, cuatro, cien víctimas se desploman a mis pies, el sabor a sangre se huele desde lejos, hasta en el desierto más seco; indomable sensación. La policía me está buscando, desea cazar…
   En momentos como este no encuentro las palabras para definirme, el olvido es así. Como lo ves. Tuve todo y tuve nada, rompía siluetas con mis ojos, rompía risas, pero ya no, ya no más. Me desarticule, me fui de este mundo, tirándome (por donde iba) al vacío, a la oscuridad. Saboree la victoria con mis labios, pero no eran los míos, los de mi corazón; mis cuentos hablaban de mí en sus hojas, en sus letras… vagos recuerdos. Y una y otra y otra vez rompía mi sien con las pastillas, venenos en cápsulas (lo que daría por volver a hacerlo) me desvanecía, con el viento me hacía uno y paseaba y reía y soñaba.
   Nunca pude pisar bien en esta tierra, creo que mi estadía en este mundo fue equivocada, mal hecha. Yo merecía perderme en otro lado, en otra situación. Boca abajo respiraba mi vida tan frágil como el tiempo, tratando de no ver a los ojos a la realidad, jodida realidad; estaba pendiente de la inconsciencia que me rodeaba. Era como si en realidad no pensara, bueno… todavía trato de no hacerlo mucho. Como extraño esos momentos de soledad matutina, cuando pude tener tus sentidos, amarlos, para después destrozarlos con palabras bonitas de doble filo. Me confieso… tuve responsabilidad, responsabilidad de destruirte sádicamente con mis manos con mis palabras, con la mentira de ser yo.
   Fui recortado de todo, termine lejos de donde había empezado y me arrepentí, aunque eso no cuenta en las verdades de los mentirosos.
   Pero después de una noche productiva, viene la calma. Me echo a dormir, pienso mientras duermo, calculo mis movimientos… asesino frío y calculador; pena de muerte o muerte de pena, esos son mis dos finales. Ensangrentado, rabioso y sobre todo victorioso. Se hace de día y yo salgo a la calle, sufriendo por dentro pero hecho un señor, soy un señor en este mundo en esta realidad. Una bestia hecha “hombre”, el hombre hecho prisionero, agonizante…
   Con el vil metal se compran personas y con el plomo frío me adueño de sus almas, me alimento de personas… pero soy un señor y no gracias al dinero. Pero justamente mi alma, mi alma!, se desgrana como el aire y sueña ser libre, pero está atada y los ojos me sangran, no me libero, pero te veo.
   La bestialidad vuelve a tomar forma, fuerzo palabras y antes de matar mis labios (morados por el frío y quebrados por mil drogas) articulan un: “Adiós mis queridossss”, familias enteras caen como capullos de algodón y mis fauces devoran sus huesos. Todo un caníbal con estilo. Prendo la radio y la dulce melodía del rock calienta mi sangre, enciendo un cigarrillo; sobre mi cama yace el cuerpo de una mujer, ayer sus piernas me abrazaban y hoy no se mueve, pero no importa, sus ojos descarrilados son buena compañía. El insomnio es buen estimulante, dulces ojos rojos… jumm!!!
   Mi conciencia traslada a mi cuerpo cansado hacia la cama, dulce cama. Catorce horas de trabajo, donde lo único que está en mi cabeza es el sueño. Me acuesto junto a ella, su cuerpo frío me hace transpirar. La acaricio, toco su piel, en donde antes había sudor ahora hay sangre, roja sangre, azul, violeta, claro, amargo…
   Cierro los ojos y esfuerzo mi imaginación al máximo, es en esos momentos en los que no me gustaría ser yo, ser otro y ver esta escena (como en una película), ver a ese pobre diablo acostado al lado de un cadáver y reír, cómodo en mi asiento, esa cruel comodidad burguesa. Pero esta presión, esta tensión en mis ojos en mis manos y en mi sien no me dejan ni un minuto.

   La sangre de esa mujer comienza a corroer mi cuerpo, fría sangre. De un salto me paro al costado de mi cama ¿estoy decidido a ir por más? Seguro que si. Agarro mi arma… metal, asesino metal, aspiro tu olor y me gustás. El cielo cae de rodillas frente a mi y mi arma, cualquiera de las dos. Un poco de whisky que afecte mi conciencia y salgo hecho un señor…

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