martes, 14 de marzo de 2017

Los ángeles

La locura 
Mis días no pasaban, demasiadas horas para mi gusto. Días y noches eran lo mismo; mi trabajo era basura; mis lágrimas ríos y mis manos… mis manos rotas, grises, dolidas, no me hablaban.
  Cuando visitaba a mi vieja, ella hablaba, mientras que mi mente tejía enormes redes de sueños y fantasías. Todas ellas arruinadas por la dura realidad, odiosa y opresora; viajaba en las más altas nubes, caía en los más bajos fondos. Y nada, tan solo nada, eso era mi vida (de colores pálidos, de aromas con gusto a humo, a miedo a dolor…)
  De tanto en tanto la soledad golpeaba a mi puerta, pero lamentablemente una de esas veces fue certera. Los amigos se esfumaron como los sueños más felices, en este mundo de cruel realidad, los amores que alguna vez tuve ya no estaban, estaba sólo como siempre lo había estado en una muchedumbre, pero no creía que alguien lo sabía (tal vez por mi fría personalidad). Es así  éste dragón, te devora y no perdona, da escalofríos sentirlo así…
  La verdad lastima y puede llegar a ofender, créeme que yo lo sentí así. En ese momento no rescataba nada de mi, de nadie (hoy tampoco) porque me di cuenta que todo es nada acá, en esta tierra parloteante y cruel.
  Estaba desmoronado, las ruinas de mi no decían ni una palabra, la alegría había dejado este cuerpo devastado por el olvido (duro, durísimo olvido). A veces pienso que es una pesadilla todo esto, me ahogo en ella y todo desaparece, termino lastimado en cada lucha, es una característica de mí, la de un perdedor. ¿Cómo describirlo…?, mi corazón creía en algo que fue desmentido y las esperanzas no valen de nada…¡¡¡socorro por favor!!!
  Esta depresión, este pozo, llegaba hasta lo más profundo de mí. Ya no quería hacer nada, estaba cansado aunque sea joven, no valía, mi destino terminaba siendo oscuro. La gente no mira a un herido como yo, que supo ser victorioso (el más grande) al que todos amaban y odiaban de igual manera, pero hoy me queda algo peor que el odio… la amarga soledad. No sé que será de mi futuro, tengo cansancio encima de mis hombros… ¿Qué puedo hacer?
  Solía caminar, siempre a la orilla del río (amplio y majestuoso), pensando en cómo sería la vida debajo del agua; sin sonidos, sin humo, sin palabras. Donde las lágrimas no se ven, y en esos momentos sentía que el esqueleto se me escapaba del cuerpo, rompía mi piel, la desgarraba y dejándola tirada se iba, sin pudor… y con él se iban mis ideas, como si nada terminaba en el piso, borracho, corroído por el odio, por el asco, por la locura. Vomitaba mi alma a cada trago, imaginando que un supuesto héroe, un superhéroe, me rescataría y sería mi amigo, invitándome a volar y salvar gente. Fantaseaba con eso mientras tomaba, ese ácido amigo y confidente, en el que se transforma el vino barato para un borracho perdido.
  En los mediodías,  mi cerebro se abría y salían de él un sin fin de flores, flores hermosas, flores que se iban con el viento, flores hermosas pero de débiles… tenían el olor a la amargura. ¡Y yo!, miraba al cielo, en busca de mi amigo, ese héroe. En ciertas ocasiones, me sentaba en las plazas a ver a las personas hablar e imaginaba que charlaban conmigo, que las hermosas mujeres que pasaban se acercaban a besarme, que me miraban, que me amaban. Y que luego de declararme su amor incondicional, me dejaban sin motivo. Creo que eso me gustaba como se sentía, el amor perdido. Lo disfrutaba, me sentía identificado, me encantaba. Solo yo, yo y nada más que yo. Esa era la motivación. ¿Egoísmo?, puede ser. ¿Masoquismo?, no lo creo. ¿Autolástimas?, ¿Estupidez?, no lo sé, pero si sé que era LOCURA.
  Comía imaginación y bebía alcohol.

El momento
  Ya flaco, barbudo y con la imaginación seca, me recuesto en mi cama de espinas y el llanto me invade, la oscuridad (fría y demoníaca) empieza a apropiarse de mi cuarto, los pequeños crujidos se vuelven ruidos espantosos, la locura ya me murmura al oído, me envuelve, me come, me bebe, me hace parte de ella y la hago parte de mí. Es un momento mágico, cruel y mágico…En medio de ese éxtasis demencial, siento una mano en mi pecho, y con esa mano una cálida y tranquila luz. Así llegó por primera vez uno de esos bellos ángeles a mi vida, ese momento fue SUBLIME, sus ojos me aclararon mi oscuro rostro de miedo.
  Intente  hablarle, pero me puso una de sus manos en mi boca, luego me acarició la cara y me beso. Las palabras no fueron necesarias en ese momento, en esas horas en esos minutos (había perdido la poca y corrompida noción del tiempo). La cama de espinas se convirtió en el mejor y más fino aposento, la habitación se iluminó y ella se entregó a mi. Su piel, olía a jardín; sus manos curaban las heridas de mi alma; su boca me besaba y parecía que me asfixiaba pero nunca me quedaba sin aire; sus piernas me abrazaban, se enroscaban en mi cuerpo; y sus preciosas alas se abrían y se cerraban, se estiraban y se encogían, blancas como la nieve, suaves como una nube.
  Cuando desperté ella ya no estaba, ¡¡¡me dejo!!! , ¡¡¡NO PUEDE SER!!!
  ¿Qué va a ser de mí?, la angustia me había empezado a comer, no sabía si había sido real o no, si era uno de los tantos juegos de mi mente… trataba de plantar los pies en la tierra y razonar, pero era algo que hace mucho no hacía, era algo que había dejado en desuso. No era algo que me daba gracia, al contrario, me sentía tonto, un perfecto imbécil, porque no había sido parte de aquella ilusión, sino que había sido una víctima de ella.
  Estuve así todo el día, preguntándome, haciendo cálculos, no sé, cualquier cosa que me pueda dar una razón para lo que pasó la noche anterior. Al mediodía, tratando de que no me sofoquen las preguntas  salgo a la calle a hacer mi juego diario de las conversaciones con extraños, me siento en un banco de la plaza y espero a mi primera víctima, había salido a matar, afilado como un cuchillo, con mi cabeza hecha un arma, estaba totalmente sacado, raro, con energía, con ánimo. Y que veo, la primera mujer acercándose, era linda, pero las balas de mi imaginación no salieron, no respondieron, ¿Qué me está pasando?, ella era ese ángel, me quedé estupefacto. La muchacha pasó sin prestarme atención, y esa actitud fue como un puñal, ¿Pero cómo, si anoche estuviste conmigo?, ¿no te acordas?, y ella nada. Sentí que mi cuerpo me dejaba; veo más allá y pasa otra mujer (mi sangre se congela) también es ella, y otra mujer y ¡¡¡también!!!! ¿Por Dios que me está pasando?
  Salgo corriendo y las calles se me hacen eternas, cruzo de una vereda a la otra, vuelvo a cruzar y así hasta que caigo rendido en un descampado. Las dudas me agobian, me taladran en la cabeza. Tomo aire, prendo un cigarrillo, y me repito una y otra vez que esto no es gracioso, que no quiero esto, que no es mío.
Después de un rato me calmo, me meto en un bar, pido el mismo veneno de siempre, y empiezo a tomar como si fuera la última vez, y en mi mente se pasan las imágenes de ese hermoso ángel, gimiendo, gozando, mirándome, como un lobo mira a su presa; estoy aterrado y eso me obliga a tomar y a fumar, un cigarrillo tras otro, un trago tras otro. Así el día se hace de noche, me echan como un perro pulgoso de aquel bar, y me voy a caminar, por esas calles negras y tan bien conocidas. Llego al rancho que es mi palacio, miro la heladera y no hay nada, solo un vaso con agua, hago una sonrisa, prendo otro cigarrillo y me voy a la cama. ¿Cómo poder explicar lo que vi?, ahí estaba recostada una hermosa mujer, morena de piel y de ojos negros penetrantes, me hizo una señal para que me acerque e hipnotizado fui hacia ella. Otra noche como aquella noche, gloriosa. Pero también tendrá el mismo fin…

Los manantiales de casa roja
  Los malvones saludaban el paso de cualquiera, el rocío de la noche anterior los hacía como de vidrio. Yo estaba caído, mi cabeza ida y mis manos sangrando, pero dentro de todo me sentía bien, sin expresarme camine por el pasto, el patio estaba agradable, verde y soleado.
  Los ojos me ardían, el sol con su cabellera rubia me aclaraba que ya era casi mediodía, no sabía dónde iba, tan sólo caminaba en ese inmenso lugar. Los pájaros discutían por un poco de comida, unas migajas de quien sabe que, las alimañas lo mismo; todo era hermoso superficialmente, pero en lo profundo se veía una lucha feroz. Esos malvones, ese pasto tan hermoso, eran plásticos, ese sol era violencia. Yo me refugio en un rincón, tan temeroso, tan asustado por lo que vi… que decidí escapar pero no sabía para donde; la duda de que si ese lugar era mío o no, de que si la pobreza era mía o no.
  Levanto mis ojos buscando algo, implorando algo y duramente veo que ese Dios no existe, no existe ningún ser capaz de complacer una angustia, de sanar ninguna herida, no hay nada en ese silencio, nada más que una esperanza mentirosa…
  Se me acerca una paloma, no sé porque le empecé a hablar y a contar  todas mis desventuras y todo lo que veía, era como mi única amiga. Una imagen graciosa y triste, un poco bizarra a mi parecer; todo un desahogo animal. Esta conversación unidireccional llevó varias horas, ya que la noche cayó sobre el patio, ese manto oscuro da cobijo a todas las especies “bajas”, cuando la especie que las oprime descansa; es como una pseudo libertad. Ríen, festejan, se reúnen, copulan… sus cuerpos y sus mentes gozan de esa especie de libertad, aunque a veces dañina. Y yo estoy con ellos, yo soy ellos, soy parte, estoy en esa masa de gente. Me animo, salgo de mi refugio, y comienzo a pasear por ese lugar, soy impune, soy la noche, estoy así por un par de horas más y vuelvo a mi casa, como un vampiro que vuelve a su ataúd.
  Y como la historia ya lo viene mostrando, allí en mi cama, estaba una de ellas, pero una distinta a las anteriores, pero igualmente hermosa. Esta era de piel clara y de cabellos de colores, y su risa era encantadora, en todo momento en que estuvo conmigo sonrió, de piernas largas y de ojos de negro profundo.

Otra noche
  Yo estaba en shock, ni un pestañeo, ni un movimiento, nada. Cada vez que se iban y me dejaban al despertar me quedaba por un rato largo como sin aire, era así, ME DEJABAN SIN AIRE.
Caminaba por la calle fumando (como de costumbre) y en mis manos un puñado de dilemas… ¿Qué me queda a mí de todo esto? ¿Qué gano de ellas? Algunas veces me sentía preso y otras me sentía libre ¿Pero cómo sentirme libre si estaba encerrado en este mundo, en este sistema?, ¿cómo saberlo, si paso de la locura a la extrema locura? ¿Ángeles?
  Noches espléndidas fluían de sus ojos, como el agua de los manantiales. Las horas las hacían minutos, eran noches de lujuria las que vivían en mi cama, en esos momentos en que los ángeles llegaban. Caían sobre mi como cazadores sobre su presa, sus besos enamorarían a cualquiera, sus manos fueron capaces de tocar mi alma, de desgarrarla…
  Me siento atado, con una bola de metal sujeta a mi tobillo.
  Una noche, después de visitar el río, y de recibir ese aire refrescante, me encuentro con una de ellas (esta vez no estaba en mi cama, sino que me esperó en mi puerta). Sus ojos disparaban una y otra vez hacia mí, y sus dientes se clavaron en mi cuello como un vampiro sediento, sentía dolor un dulce dolor. Agarro su cara, la miro fijo y le pregunto porque estaba junto a mí, no me contestó, su boca solo hizo una mueca de compasión y me besó. Me sentí indefenso, junto a semejante mujer o ángel, sus piernas me abrazaban y sus manos, dulces manos de seda, me acariciaban, me entendían, me cubrían. No fue igual que las otras noches. Me había enamorado, aunque reniegue del amor, lo sienta fastidioso, enfermo y sea una droga a la cual siempre le escape, en ese momento lo sentía y era mío. OH! Vanidad, te presentaste con esa mujer y ahora no quieres irte, vanidad un lindo y pesado lastre… una amante a la cual debo alimentar con mi propia carne. ¿Qué locura vas a obligarme a hacer?
  Me sentía con suerte y sin ánimo de dejarla irse (creo que por eso esta vez no me dormí); dulcemente ese ángel se levantó de la cama lista para marcharse, pero antes de que se me escapara la tome del tobillo y, le confesé mi amor, mi perdido amor por ella. De mis ojos comenzaron a rodar lágrimas gordas de verdad y pasión, pero sin decir ni una sola palabra y mirándome con sus ojos penetrantes arrancó su pie de mis manos, juro que lo que hice no lo quise hacer, pero lo hice… Me transforme en una bestia, en un animal dolido, y con mi puño de acero la destruí; la quería pero ella a mi no y eso no lo soporte. Envenenado por tanta locura destruí su cuerpo, su alma, lo que amaba.
  Luego de semejante brutalidad humana caí de rodillas, lloré como nunca lo había hecho, maldecía mientras su cuerpo yacía en mis brazos. Salgo a la calle atormentado por la locura, no sabía donde ir, ¿la policía?, nunca iban a creerme que mate a un ángel, ¿el loquero?, jamás iría a ese lugar, solo me queda la calle, ese lugar nada pide a cambio…

Lo que quedó de mí
  Las mañanas en las que podía volar, las fui perdiendo en algún lugar y, me fui cortando poco a poco en pedazos. Si alguna vez te hice llorar tuve miedo de terminar otra vez con vos, de asesinarte, por favor no olvides de volver a mis ojos que te esperan. Esa vez que yo te maté, yo no sonreí; tu cara se me iba borrando, muy despacio… ¿por qué tiemblo cuando no estás a mi lado?
  Tuve mil formas de llorar (ya todas se me han olvidado), amargado tiro todo, cuelgo todo, acompaño mi amanecer acartonado, tostado, mordido por mí y por la vanidad de ser. Absorbo el Sol con mis alas, tibiamente recogidas al hombro. Los ojos del Sol reían apacibles y sencillos, mientras yo estaba tirado dormitando en la hierba, dulce hierba. Estaba vacío (retirado de mi mismo), sin maldad y sin sutileza de ser yo; tan mío como tan tuyo. Así como me sentís…
  Me cubrí los ojos y las lágrimas rodaron por mi rostro nuevamente. Volví a llorar. Y pude ver por entre mis manos tu belleza sagas, armoniosa. Tus ojos grandes y negros… tus curvas de mujer plácida (muy delicadas) colgaban de vos, como flores. Pero cada tanto caía, siendo yo, estando ahí, violeta y arrugado, solo de todo y de todos, y vos ya no estabas. Esperanza tengo, de otra vez encontrarte (acá y ahora), donde nadie nos puede encontrar, donde la oscuridad no llega pero la luz alumbra, en ese lugar que sólo es para vos y para mi, ese mundo de imaginación.
Te me vas lejos, muy lejos, con tu corazón y el mío. No puedo encontrarte, las mañanas se me rompen caen como lluvia, como espejos rotos del cielo. No sé más, no sé nada, no puedo terminarme.

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