lunes, 30 de enero de 2017

Cuchillo

Él vió sus ojos, destellantes y vidriosos, su cuchillo ya había atravesado su carne. Mil cosas le habían pasado por la cabeza en esos instantes violentos; ¿qué podía hacer? ¿Llorar? ¿Gemir de dolor?, nada, absolutamente nada podía hacer. La sangre brota y sus manos sucias por ésta, ya no se movían. Se paró, vio a ambos lados de la calle, no había nadie y la noche estaba clara, una luna gigante los iluminaba y era la única testigo. Un par de perros aullaban y nada más. Guardó el cuchillo sin limpiarlo, escupió el cuerpo sin vida, se había transformado en algo personal, maldijo ese momento y empezó a correr. Hizo un par de cuadras a una velocidad impresionante, su corazón latía con fuerza y se sentía un principiante, nunca le pasó por la cabeza que iba a terminar así. Se frenó en un kiosco poco iluminado, temblaba como una hoja, compró unos cigarrillos y una petaca de whisky, esto no tendría que haber terminado así. Tenía que ser un trabajo limpio, como los demás, sin problemas como los demás. ¿Qué carajos había pasado?, la boca de ese tipo murmuró algo que turbó los nervios de acero de Franco.
Caminó despacio, entró por una calle poblada, la gente iba y venía como si nada pasara en este mundo de mierda, fríos y sin intereses más importantes que un pedazo de piedra. Él los veía como carne con piernas, si pudiera mataría a un par, los degollaría sin remordimientos, como a los demás como siempre, pero no como a este último tipo. Se metió a un bar, necesitaba lavarse las manos y deshacerse del cuchillo. Se miró al espejo, estaba un poco sucio pero nada importante, comprobó que no hubiese nadie, tiró el cuchillo en el basurero y empezó a lavarse; mientras lo hacía recordaba los ojos vacíos pero suplicantes. Esos ojos negros y grandes, interrogantes…
Cuando lo vi salir del baño del bar, él estaba como perdido, se sentó callado y pidió una ginebra; yo me acerqué hasta donde estaba, me siento y lo veo fijamente, él levanta la cabeza y me mira, hace un gesto  y vuelve a bajar la vista.  Le digo: “¿pudiste?”; asiente con la cabeza pero sin decir nada. Un silencio sepulcral lo envolvía; de un momento a otro me dijo: “a veces me dan ganas de pegarme un tiro y dejar de pasarla tan mal, pero no tengo las pelotas para hacerlo y eso es una mierda…”; no le respondí.
Salí de ese antro oliendo a miseria y alcohol, comencé a caminar la calle, no venía ningún auto y eso me daba la libertad para ir por el medio de la calle. Esperando a que aparezca un auto de repente y me pise… a veces tengo esos deseos suicidas. Llego a la bocacalle y doblo, me prendo un cigarrillo, las palabras de derrota y dolor de Franco no las podía olvidar, un tipo así con muchos trabajos encima, con ganas de matarse??? No lo podía creer, pensaba que esos animales no sienten ni el más mínimo dolor ni remordimiento.
Entro a mi casa, agarro la botella de licor antes de prender la luz. Si, soy un alcohólico y suelo pelearme en la calle; a nadie le importo ni me importo yo mismo, en muchas de esas peleas me han dejado muy mal, pero con tan mala suerte que no me han matado… me siento en el sillón y veo la oscuridad, veo como las luces juegan y hacen formas horrendas y tenebrosas, monstruos que vienen por mi, en la noche, silenciosamente y planean lo peor, que desean mi sangre mi carne mis tripas, que desean descuartizarme sádicamente. Los espero sentado, pero no pasa nada…
La flor de mi jardín me dejo, se fue buscando una sonrisa. Quería ser libre, quería volar y yo era su estorbo. Me lo decía seguido, más aún cuando intoxicada nos peleábamos y sus palabras incoherentes me acribillaban; me decía que era el culpable de toda la mierda de este mundo, que con mi sola existencia apestaba a los demás. Eso me hería mucho, me dejaba mal.
No la juzgo, quería algo mejor que yo, quería un verdadero hombre. Tal vez yo no lo sea, nunca nadie me dijo lo contrario; soy un condenado y me da miedo lo que soy, soy un hijo de puta y no lo soporto. Ella era linda, cuando caminaba desnuda por la casa parecía flotar, el suelo era demasiado impuro para ella, aún no sé como una mariposa tan hermosa pudo fijarse en algo como yo. Yo la veía drogarse y el bien y el mal dejaban de existir, solo era ella y nada más. Quedaba sumergida en sí misma y yo ni nadie la alcanzaban. Solía reír mucho y era sublime, sus manos eran suaves como dos pequeños capullos de algodón, que me acariciaban.
Mientras  ella flotaba yo me hundía, el trabajo de mierda, el sueldo de mierda y la vida me golpeaban duro. Le perdía de a poco el sabor a la vida. Pero aún la tenía a ella y eso me empujaba para adelante. Cuando tomó la decisión de volarse la cabeza con mi revolver di por terminado todo. Ahora solo tengo mis miedos y la oscuridad de mi casa rodeándome.
Estoy sentado y golpean mi puerta, con pereza me paro, tengo ya dos días de borracho. Abro la puerta y es Franco; le digo que pase y que busque un lugar para sentarse, me empieza a hablar de cosas sin importancia, mujeres futbol y que comió anoche. Sé que no es realmente el motivo por el que vino, lo sé por su cara (que aunque no la puedo ver por la oscuridad de la casa, me la imagino). Mientras me contaba  del culo de la camarera del café de la esquina, su voz cambió y aunque la forzó para que pareciera que nada ocurrió yo me di cuenta. A Franco lo conozco hace años, nos cruzamos por primera vez en el bar de Roque (un bar de mierda, la bebida era horrible y las putas eran feas), nos presentó Mimi una que laburaba ahí en el bar. Ella me dijo: “ Este hijoputa me quiso matar una vez, pero se arrepintió y cogimos muy bien”, me pareció un tipo común con un laburo de mierda y con una vida jodida. Estaba lastimado y parecía que lo habían cagado a piñas, aunque no sé quien le pego porque Franco es de esos tipos que cuando los ves no solo te cruzas de vereda, sino que cambias de rumbo enseguida. Me dio la mano firmemente y me invitó un vaso de vodka, hablamos mucho (las giladas de siempre reviente, minas, culos, futbol, etc)
Al tiempo me entere de lo que vivía, que se cargaba gente a pedido, me pareció lógico para lo que es el tipo, no podría ser otra cosa que matón. Y aunque su laburo y su físico no requerían de mucho cerebro, él si lo tenía. Sabía mucho y de mucho, de filosofía hasta de carrera de caballos. Yo era habitué a los burros, perdía mucha guita y ganaba mucha guita, era lo único que sabía. Después de que Patricia se mató, solo me quedaban los vicios.
De ahí en adelante, empezamos a vernos seguido con Franco, hablando de todo y tomando mucho. Aunque sabía lo que hacía nunca mostró remordimiento, era un tipo cerrado y frío. Yo no preguntaba mucho de lo que hacía y él no me hablaba de eso, preferíamos trenzarnos en discutir Nietzche y toda esa mierda a hablar de lo mal que le iba a cada uno.
En esa visita extraña de Franco a mi casa (rara porque nunca le dije donde vivía), yo lo escuchaba y no veía su cara pero sabía que pasaba algo. Después que me habló un rato largo del culo de la camarera del café de la esquina, se paró estiró los brazos e hizo sonar sus dedos. Un escalofrío me recorrió la espalda. De los tantos vicios que tenía en mi haber, estaba el de apostar, el de jugarme todo hasta cuando no tenía nada. Una vez aposté en una pelea de gallos un auto que no poseía, siempre fui un pobre diablo que camina o toma el colectivo… por suerte aquella vez el animal al que le había jugado ganó y no tuve que pagar nada. Las apuestas me hacían sentir vivo, me daban ese gozo que ni un buen polvo me daba, ni el mejor par de tetas ni el mejor whisky. Empecé jugando boludeces, mi sueldo, un anillo de oro que mi viejo me dejó, cosas así; cuando llegó el momento de poner más y de sentir más la sensación extraña que da el vértigo, lo hice. Patricia detestaba que apostara, me decía que no servía y eso me mantenía a raya del juego. Cuando ella se fue, que despegó sus pies de este mundo ya no había nada malo en matarme lentamente, ella lo hizo de una vez ¿por qué yo no de a poco?
El hipódromo estaba lleno de mierda, gente que pierde todo y no importa, porque hay gente que gana todo también. Y esos pelotudos que pierden todo se lo tienen merecido, así lo veía yo. Pero un buen día, lo deje de pensar o en realidad dejé definitivamente de pensar y la desgracia se me hizo compañera. Ya no había sueldo que apostar (por mi aspecto y mi estilo de vida perdí el trabajo), no había cosas que empeñar (mi familia murió y no tengo más que esta tapera a la que llamo casa) y el mentiroso salió de mi y volví a apostar fuerte, jugué mucha guita, guita que no tenía ni iba a tener nunca.
Y ahí es donde entra Franco a mi casa, creo que su cambió de voz y su forma taciturna de entrar y acomodarse en la silla rotosa me dieron señales de lo que iba a pasar. Teniéndolo parado frente a mi sin decir una palabra, le pregunto: “Che boludo, ¿me va a doler?, hacelo rápido, espero que hayas traído un fierro, apunta bien a la cabeza…”, Franco me dijo: “perdóname Negro, el trompa me dijo que le debes mucho y que trate de hacerte pagar cada peso que le debes y es mucho…”
Cuando terminó de decirme eso, yo la vi a Patricia, su figura resplandeciente estaba en esa habitación, fueron segundos pero pareció una eternidad hasta que recibí la primera patada en la cabeza. Trate de defenderme, de lastimarlo al tipo con el que compartí largas noche de alcohol y filosofía, de futbol y minas, de tragedia y melancolía…
Todo terminó con un cuchillo en mi estomago, ya era un desastre, mucha sangre por todos lados. En ese momento me acordé de Mimi, del gallo, del auto que aposté, de las putas que cogí, de las charlas con Franco, pero no podía acordarme de Patricia, no podía. Al fin y al cabo pudo dejarme definitivamente…

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